Nuevas consideraciones sobre el fruto de la comunión eucarística
suscitadas por la Declaración Dominus Iesus

Jorge Salinas
doctor en Teología

La reciente Declaración de la CDF Dominus Iesus aporta consideraciones importantes para el quehacer teológico en campos muy diversos. Queda muy realzada la permanente mediación de la naturaleza humana de Cristo entre Dios y los hombres en todo el arco histórico de la salvación. Es mi propósito traer a colación algunos pasajes que corroboran un modo de concebir y de exponer la presencia de Cristo en el alma como fruto de la comunión eucarística más orgánico y coherente con la Sagrada Escritura de lo que ha sido habitual en muchos manuales o escritos sobre este tema. La primera cita que considero es ésta: no es compatible con la doctrina de la Iglesia la teoría que atribuye una actividad salvífica al Logos como tal en su divinidad, que se ejercitaría « más allá » de la humanidad de Cristo, también después de la encarnación. [1]

Por el contexto debe entenderse este aserto en el siguiente sentido. Una vez que el decreto divino de la salvación del hombre a partir del Verbo encarnado se ha puesto en marcha proseguirá en esa economía de Encarnación hasta su fase última. Por decirlo de modo nítido: el Verbo divino no hará nada que salve al hombre sino es a través de la humanidad de Cristo; es decir, el Verbo unido unido hipostáticamente a la humanidad de Cristo, actúa a través de esa humanidad de Cristo, sin excepciones, de modo ya permanente, una vez superada la separación entre el alma y el cuerpo de Jesús en el sepulcro. Y eso no niega la absoluta potentia Dei sino que afirma a la unidad y la unicidad de todo el libérrimo proyecto divino de la salvación humana. Por tanto una actuación santificante del Verbo lo será siempre en cuanto unido hipostáticamente a la humanidad anímico-corporal de Jesús. Queda también excluida la hipótesis de una actuación salvífica del Espíritu Santo "autónoma" respecto al Verbo encarnado Así, la anterior cita puede articularse con la siguiente: Hay también quien propone la hipótesis de una economía del Espíritu Santo con un carácter más universal que la del Verbo encarnado, crucificado y resucitado. También esta afirmación es contraria a la fe católica, que, en cambio, considera la encarnación salvífica del Verbo como un evento trinitario. En el Nuevo Testamento el misterio de Jesús, Verbo encarnado, constituye el lugar de la presencia del Espíritu Santo y la razón de su efusión a la humanidad, no sólo en los tiempos mesiánicos (cf. Hch 2,32-36; Jn 20,20; 7,39; 1 Co 15,45), sino también antes de su venida en la historia (cf. 1 Co 10,4; 1 Pe 1,10-12) .[2] Ambas citas proyectan nueva luz conclusiva sobre una frase que el Papa pronunció hace unos años y que no pasó inadvertida en el mundo teológico: Nosotros sabemos que Cristo es el Verbo que "se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1,14). Sí, yendo al Padre, dice: "Yo estoy con vosotros…hasta el fin del mundo"(Mt 28,20), se deduce de ello que los Apóstoles y la Iglesia tendrán que reencontrar continuamente por medio del Espíritu Santo aquella presencia del Verbo-Hijo, que durante su misión terrena era "física" y visible en la humanidad asumida, pero que, después de su ascensión al Padre, estará totalmente inmersa en el misterio. La presencia del Espíritu Santo que, como dijo Jesús, es íntima a las almas y a la Iglesia ("El mora con vosotros y en vosotros está": Jn 14,17), hará presente a Cristo invisible de modo estable, "hasta el fin del mundo". La unidad transcendente del Hijo y del Espíritu Santo hará que la humanidad de Cristo, asumida por el Verbo, habite y actúe dondequiera que se realice, con la potencia del Padre, el designio trinitario de la salvación."[3]

La Trinidad salva al hombre siempre a través de la Humanidad Santísima de Cristo. En el orden de la gracia y también en el orden de la gloria la mediación de la Humanidad de Cristo es definitiva, permanente, nunca transeúnte. Esta mediación se da también en la gracia concedida por Dios en el exterior de la Iglesia y los Sacramentos, de un modo desconocido por nosotros, pero cierto.

Nuevas perspectivas para una cuestión pendiente:
la inhabitación de la Humanidad de Cristo en el alma
como fruto de la Eucaristía.

El hábito intelectual de la teología es uno, aunque por razones de investigación y enseñanza sea necesaria una cierta parcelación, pero en teología siempre "todo está en todo". Y cuando se produce una nueva claridad en un aspecto la totalidad del discurso teológico queda afectado. Me parece que ahora disponemos de nuevos textos magisteriales que nos pueden ayudar a salir de un cierto "impasse" en torno a la consideración de los frutos de la comunión eucarística.

Hay una cierta idea según la cual la unión con Cristo recibido en la comunión eucarística es transeúnte o limitada al tiempo en que las especies sacramentales no se corrompen. Esta idea aparece en uno de los Sermones de San Juan de Avila y he tenido su difusión en la literatura piadosa durante mucho tiempo, sin embargo nunca ha sido recogida por el Magisterio. Esta consideración espiritual llevaría a proponer la comunión eucarística como una situación privilegiada durante un periodo breve de tiempo, pasado el cual cesa la presencia de la Humanidad de Cristo en nosotros al corromperse las especies sacramentales. Sólo permanecería a partir de ese momento el Verbo sin la humanidad de Cristo y con el Verbo la Trinidad entera. Se trataría de una presencia de la Trinidad en el alma sin la humanidad de Cristo. Me parece que esa posibilidad es excluida por la Declaración Dominus Iesus . Más bien todo apunta en otra dirección. Quiero traer a colación dos citas. La primera de Juan Pablo II: "Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mi" (Gas 2,20). Las palabras del Apóstol Pablo a los Gálatas, que acabamos de escuchar en la segunda lectura, expresan sintéticamente el fruto existencial de la comunión eucarística: la inhabitación de Cristo en el alma, por obra del Espíritu Santo"[4]

En este texto aparece la expresión definitiva de lo que estamos intentando decir: la permanente inhabitación de Cristo en el alma como fruto de la comunión sacramental. La otra cita es del Catecismo de la Iglesia Católica:

Communionis fructus (CCE 1391):

Communio nostram cum Christo auget unionem. Eucharistiam in Communione recipere, tamquam praecipuum fructum, unionem affert intimam cum Christo Iesu. Revera Dominus dicit: "Qui manducat menducat meam carnem et bibit meum sanguinem, in me manet et ego in illo(Io 6,56). Vita in Christo suum invenit fundamentum in convivio eucharistico: "Sicut misit me vivens Pater, et ego vivo propter Patrem; et, qui manducat me, et ipse vivit propter me" (Io 6,57).

El verbo augere supone una situación permanente de inhabitación de Cristo en el alma, que se puede intensificar, pero que no se interrumpe si no es porque cese la presencia inefable del Dios Uno y Trino en el alma por el rechazo implícito en un pecado mortal.[5] Esta presencia de Cristo en el alma cristiana en realidad ya comienza en el bautismo, aunque alcance su plenitud en la eucaristía. En palabras de Juan Pablo II: " En el bautismo tuvo lugar en nosotros la acción vivificadora del Espíritu Santo, y el Padre ve en nosotros a su único Hijo, Jesucristo: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco (Lc 3, 22)

Ciertamente la inhabitación de Cristo en el alma es distinta al modo en que Jesucristo es "contenido" bajo las especies eucarísticas. En el Sacramento está substantialiter, siendo sustituida la substancia del pan y vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, mediante una singular, admirable y sobrenatural conversión. En cambio, no hay categorías dentro del orden de la naturaleza para expresar esa presencia en el interior del cristiano de Cristo con su Humanidad Santísima glorificada; es pues una presencia inefable pero de la cual habla inequívocamente la Escritura, los Padres y la experiencia de los santos. La relación entre ambos modos de presencia (en la Eucaristía y el alma) es recíproca: la Eucaristía está ordenada de por sí a la manducatio spiritualis y la potio igualmente spiritualis del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esta recepción del Sacramento produce como fruto la inhabitación de Cristo en el alma. Esta nueva presencia lleva a adorar el Sacramento, a descubrir la fuerza imantada de la Misa y del Sagrario. La Eucaristía es la fuente de la presencia real de Cristo, en su Humanidad Santísima y glorificada,en el alma.

Podemos, pues, afirmar que hay un modo de estar presente Cristo en el alma que es fruto de la comunión eucarística. En realidad, esa presencia de Cristo en el alma y, derivadamente, en toda la Iglesia, es la intención misma de Cristo al instituir la Eucaristía. Podemos señalar como actuaciones sucesivas del Espíritu Santo: la transubstanciación eucarística, la buena disposición del comulgante para recibir sacramentalmente a Cristo y el fruto de esa comunión sacramental: la inhabitación de Cristo en el alma: "La expresión sacramental más completa de la partida de Cristo por medio del misterio de la Cruz y de la Resurrección es la Eucaristía. En ella se realiza sacramentalmente cada vez su venida y su presencia salvífica: en el sacrificio y en la comunión. Se realiza por obra del Espíritu Santo, dentro de su propia misión. Mediante la Eucaristía el Espíritu Santo realiza aquel "fortalecimiento del hombre interior" del que habla la Carta a los Efesios. Mediante la eucaristía, las personas y comunidades, bajo la acción del Paráclito consolador, aprenden a descubrir el sentido divino de la vida humana, aludido por el Concilio: el sentido por el que Jesucristo "revela plenamente el hombre al hombre", sugiriendo "una cierta semejanza entre la unión de las Personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad". Esta unión se expresa y se realiza especialmente mediante la eucaristía en la que el hombre, participando del sacrificio de Cristo, que tal celebración actualiza, aprende también a "encontrarse... en la entrega sincera de sí mismo"en la comunión con Dios y con los otros hombres, sus hermanos."[6]

Hay una resistencia cierta a hablar con soltura de presencia de Cristo y de inhabitación de Cristo en el alma. Un autor tan sólido como R. Garrigou-Lagrange, exponente del tomismo de la primera mitad de siglo, dice de modo tajante: "El Verbo, el Hijo de Dios, habita con el Padre y el Espíritu Santo, en todas las almas de la tierra, en estado de gracia, del purgatorio y del cielo, en todos los justos. En cuanto a su santa humanidad, ésta no habita en el alma justa, pero ejerce sobre ella una influencia constante, pues es el instrumento siempre unido a la Divinidad para comunicarnos todas las gracias sacramentales o extrasacramentales que Jesus nos mereció durante su vida terrena y, sobre todo en la Cruz"[7]. En algún autor he visto una referencia al Con. II de Nicea en el que se rechaza el error de quienes han pretendido que Cristo según su Humanidad no está circunscrito a algún lugar [8]. Por otra parte no podemos poner en duda la ortodoxia del Catecismo actual de la Iglesia Católica (en el que se dice que el cuerpo glorioso de Cristo está ultra tempus et spatium, en dos puntos: en los nn. 645 y 646). Sin duda alguna aquí algo que sólo aparentemente es contradictorio, aunque me parece que es una cuestión de imaginación y de lenguaje.

En muchos casos la palabra presencia (del latín, prae ens, es decir, ser o estar delante) se predica de un cuerpo, circunscrito por su propio locus, dentro de un recinto espacial, relativamente cercano a nuestra percepción sensible (por la vista, el tacto, etc). Así decimos que éste hombre está presente si nos referimos a su ser corpóreo cercano a nosotros (si está ajeno a nuestra "presencia", porque nos ignora, decimos que está presente aunque "ausente") También podíamos hablar de la presencia durante todo el día del Sol que nos alumbra y nos calienta, aunque se encuentre a millones de kilómetros de distancia.[9]

Probablemente las dificultades para aceptar esa presencia inefable de Cristo radican en un modo de representar la presencia real, verdadera y substancial del Cuerpo de Cristo bajo la especie eucarística del pan. Me parece que hay fieles que imaginan que, por la transusbstanciación, se produce algo así como un "vaciado" material en el pan conservándose, sin embargo, la superficie del mismo, sumamente delgada, y que Jesucristo, de un modo no imaginable pero piadosamente pensado, ocupa por entero el espacio vacío, de tal forma que el locus del pan, vaciado por dentro, es ocupado por el Cuerpo de Cristo. Se imagina así una presencia local del Cuerpo de Cristo, que es imaginado entonces como ocupando el lugar que antes ocupaba el pan. Me parece en este punto acertada la explicación de André Léonard: "Jesús no está presente en el sagrario del modo como un objeto está contenido dentro de un recipiente. y cuando desplazo diez centímetros sobre el altar la hostia consagrada, no cabe pensar en modo alguno que, por este hecho, el Cristo glorioso haya sido desplazado otro tanto. Lo que ha sido movido es el signo real y el lugar eficaz de su presencia real para nosotros en este mundo, pero en sí mismo, el Señor de la gloria no queda afectado por estas modificaciones, relativas solo a nosotros y a nuestro mundo"[10]. Santo Tomás trató por extenso el modo substantialiter en que Cristo está en el Sacramento. Nos dice que Cristo tiene sus accidentes propios bajo las apariencias eucarísticas, pero no están en su modo natural sino asimilados a la substancia. Es decir que el locus del pan o del vino siguen siendo accidentes propios del pan o del vino y no se convierten en el locus de Cristo, el cual tiene su propio locus, su propia figura, etc. que no se dan en su forma natural sino que se dan per modum substantiae. Por lo tanto, cuando se traslada el Sacramento se traslada per accidens el Cuerpo del Señor de un modo semejante (el ejemplo es de Santo Tomás) a como al moverse el cuerpo humano se traslada per accidens el alma[11]

Bastaría meditar con piedad y de un modo habitual el Adorote devote de Santo Tomás ante el Sagrario o ante la Hostia Santa expuesta en la Custodia para desprenderse de la "vista, el tacto y el gusto" y centrarse en lo que le fe dice al oído del alma. Lo que materialmente ocupa "este lugar" del espacio son los accidentes del pan y del vino, entre los cuales están el ubi, la figura, el locus, por emplear nombres de la tradición aristotélica y escolástica. Santo Tomás explica muy bien el papel de esa conservación de los accidentes. Sirven como signo, como indicación sensible de la presencia substancial de Cristo. Efectivamente, sabemos que Cristo está ahí y no allí. La mirada y el gesto se vuelven hacia el Sacramento, pero la intención va directamente a Nuestro Señor invisible y, al mismo tiempo, substancialmente presente sub speciebus.

Quizá ha habido una cierta timidez a la hora de difundir entre el pueblo fiel enseñanzas que están en la Sagrada Escritura, en los Padres, en los escritos de las santos y en el Magisterio más reciente de la Iglesia acerca de una presencia de Jesucristo en su Iglesia y, a la postre, en las almas. Como si todo "eso" fuera en detrimento de la fe eucarística. Y no es cierto que sea así; en todo caso, el recelo viene por un modo piadoso de explicar lo que es la comunión eucarística consecuencia del modo de explicar la presencia substancial de Cristo en el Sacramento. La comunión eucarística, en una reducción piadosa, sería fundamentalmente una situación, que dura poco tiempo, en la cual el sacramento se instala provisionalmente en nuestra interioridad corporal hasta que las especies se corrompen por la acción del organismo. Durante mucho tiempo se ha enseñado que ese proceso podría durar unos diez minutos, dato que le sorprende a los biólogos actuales. La comunión eucarística podría quedar reducida a una situación pasajera en la que nuestro pecho se convierte en un sagrario. Pasados esos minutos cesaría la presencia de la Humanidad de Cristo y quedaría en el alma la Trinidad. Me parece que en este lenguaje piadoso pero inapropiado se pasa del cuerpo humano al alma sin previa advertencia y se reduce una realidad misteriosa e inefable a un tránsito meramente mecánico.

El lenguaje de la fe es distinto y nos lleva a captar con más hondura la verdad central de la Eucaristía (en todos sus aspectos de Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Banquete, Sacramento-Presencia). La presencia de Cristo en la Eucaristía es la causa y el fundamento de las múltiples maneras de estar Cristo entre los suyos, no menos reales que en la Eucaristía.[12] Lo substantialiter no es sinónimo de realiter, sino un modo especial de realidad, también llamado, por antonomasia[13]

Al decir substantialiter, usamos la palabra en el sentido preciso del Concilio de Trento que coincide con la teología de Santo Tomás, aunque el Aquinate prefiere decir per modum substantiae para referirse al modo en que se contiene el Cuerpo de Cristo bajo los accidentes del pan (Trento no empleó accidentes sino speciebus). De un modo paralelo el vino eucarístico se transubstancia en Sangre de Cristo, la cual está sub speciebus vini. Por la real y sobrenatural concomitancia (vi concomitantiae) del único Cristo glorioso donde está el Cuerpo, está la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo y donde está la Sangre está el Cuerpo, el Alma y la Divinidad de Cristo entero se contiene bajo ambas especies eucarísticas, pero en un lenguaje tomista per modum substantiae. También los accidentes de Cristo están en el Sacramento, pero lo están asimilados a la substancia, sin que determinen espacialmente a Cristo ni lo relacionen con los demás cuerpos circunstantes al Sacramento. Cristo está presente pero no a los sentidos, que nada captan sino las apariencias del sacramento que sirven para indicar la inefable realidad de Cristo , sólo cognoscible por la inteligencia que cree (la misma noción de substancia es una abstracción no sensible sino inteligible); cognoscible por la fe, amado por la caridad, adorado como Dios. [14]

La recepción del Sacramento es una manducatio spiritualis y en el caso del sanguis una potio spiritualis. Esa es la enseñanza tradicional de la Iglesia, desde los Santos Padres hasta el Magisterio actual, muy rico en enseñanzas eucarísticas. Santo Tomás llama a la comunión recibida por un fiel con fe y en estado de gracia, recepción espiritual del sacramento, para distinguirla de la recepción meramente material e infructuosa de quien sin advertirlo comiera del pan eucarístico o para distinguirla de quien, a sabiendas, recibiera el Cuerpo sacramental de Cristo de un modo indigno, en cuyo caso se haría reo de condenación. El adjetivo espiritual en este caso está directamente relacionado con el Espíritu Santo, que habita en el alma en gracia, mueve a la fe y a la caridad, dispone a le recepción sacramental del Cuerpo y Sangre de Cristo, une espiritualmente, es decir in Spiritu (en El mismo) al fiel o a los fieles con Cristo mismo: el sacramento de la penitencia devuelve la gracia divina a quien la perdió por el pecado mortal y, por tanto, redditur autem aptus et congruus fidelis ad huius sacramenti perceptionem per hoc quod est a peccato immunis: non enim potest aliter christo spiritualiter uniri , cui sacramentaliter coniungitur hoc sacramentum (es decir, la eucaristía) percipiendo. [15]

La recepción fructuosa de la eucaristía aumenta la comunión con Cristo, como enseña el Catecismo, intensifica la unión con Cristo y, en palabras del Papa, el fruto de esa recepción fructuosa del sacramento es la inhabitación de Cristo en el alma. Las palabras de Jesús son claras: "El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él" (Jn 6, 56). Comentando este pasaje joaneo decía San Hilario de Tours: "Ya en anterioridad había hablado el Señor del misterio de esta perfecta unidad decir: El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí Él vive, pues, por el Padre, y, de la misma manera que él vive por el Padre, nosotros vivimos por su carne. Toda comparación trata de dar a entender algo, procurando que el ejemplo propuesto ayude a la comprensión de la cuestión. Aquí, por tanto, trata el Señor de hacernos comprender que la causa de nuestra vida está en que Cristo, por su carne, habita en nosotros, seres carnales, para que por él nosotros lleguemos a vivir de modo semejante a como él vive por el Padre"[16]

La Eucaristía tiene un sentido de plenitud: a la participación plena en la Eucaristía se orienta el Bautismo (en general, toda la iniciación cristiana), hasta el punto de que es necesaria para la salvación, al menos es necesario lo que se llama con un deseo in voto de recibirla, al menos, una vez en la vida. Las palabras de Jesús son tajantes: "Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6, 53).

En mi opinión, el recelo ante la doctrina de la inhabitación de Cristo en el alma obedece al miedo a que eso se entienda en un sentido mecanicista, es decir, ante la idea de que Cristo en su corporeidad pueda "ocupar un lugar" distinto al del Cielo y al de la Eucaristía. En realidad, en la Eucaristía Cristo no "ocupa ningún lugar", puesto que está con su propio locus (asimilado a la substancia) pero sin ocupar el locus propio del pan o del vino que permanece después de la transubstanciación. Respecto al locus que ocupe el Cuerpo glorioso de Cristo en el Cielo no entra ahora en nuestra consideración. Pero hemos de ver que el recelo a aceptar la expresión "inhabitación de Cristo en el alma" no está fundado, puesto que se trata de una presencia real, en el Espíritu, de Cristo glorioso, presencia no localizada, no mecanicista, en una realidad no espacial como lo es el alma en gracia. El artífice de esa comunicación o comunión es el propio Espíritu Santo. Es uno de los casos a que se refiere Juan Pablo II: La unidad transcendente del Hijo y del Espíritu Santo hará que la humanidad de Cristo, asumida por el Verbo, habite y actúe donde quiera que se realice, con la potencia del Padre, el designio trinitario de la salvación." [17] No se puede poner en duda que el designio trinitario de la salvación se cumple en el alma justificada. Porque considero importantes unas palabras del Papa vuelvo a citarlas otra vez: "Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí" Ga 2,20). Las palabras del Apóstol Pablo a los Gálatas que acabamos de escuchar en la segunda lectura, expresan sintéticamente el fruto existencial de la comunión eucarística: la inhabitación de Cristo en el alma, por obra del Espíritu Santo...(...). (Homilía del Papa en la misa para el seminario mayor de Roma, 14.6.1998)

¿Se debe hablar de una presencia sólo virtual o in virtute?

Me parece que con los datos actuales es pobre el adjetivo virtual para indicar la profundidad de esa presencia de Cristo en el alma. Sería la presencia de la causa por sus efectos como lo está el sol en los objetos materiales porque los calienta. El Papa dice que Cristo vive y actúa. Vivir es permanecer, habitar, morar y ése es el lenguaje empleado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm; es el lenguaje joaneo y paulino al que se he referido recientemente el Papa: La teología de san Juan y de san Pablo exaltan de manera particular la comunión del creyente con Cristo en la Eucaristía. En el discurso de la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús dice explícitamente: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre» (Juan 6, 51). Todo el texto de ese discurso está orientado a subrayar la comunión vital que se establece, en la fe, entre Cristo, pan de vida, y quien come de él. Aparece, en concreto, el verbo griego típico del cuarto evangelio para indicar la intimidad mística entre Cristo y el discípulo«ménein», «permanecer, morar»: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él». (Juan 6, 56; cf. 15, 4-9)[18]

Ya que antes cité a un ilustre dominico quiero traer aquí una cita de otro dominico, igualmente fiel a la herencia tomista. El Padre Banderas O.P. hace años expuso también con sencillez la presencia de la Humanidad de Cristo en el alma: "Es, además, complemento porque mediante la eucaristía mora en nosotros no sólo la divinidad, sino también la humanidad de Cristo. La eucaristía nos da la bienaventuranza a oscuras, si se permite hablar así; por ella entramos en posesión de las realidades últimas, aunque con un modo de posesión que es todavía imperfecto por nuestra parte" [19].

La literatura espiritual escrita por los santos de todas las épocas dan cuenta de esa inefable inmanencia de Cristo humano en el propio corazón. Sabido es que Santa Teresa ve en la Humanidad de Cristo el centro de toda su oración: "Este, pues, es buen tiempo para que nos enseñe nuestro Maestro, para que le oigamos y besemos los pies porque nos quiso enseñar, y le supliquéis no se vaya de con nosotros. Si esto habéis de pedir mirando a una imagen de Cristo, bobería me parece dejar la misma persona por mirar el dibujo. ¿No lo sería si tuviéramos un retrato de una persona que quisiésemos mucho y la misma persona nos viniese a ver, dejar de hablar con ella y tener toda la conversación con el retrato? ¿Sabéis para cuándo es bueno y caso en que yo me deleito mucho?: para cuando está ausente la misma persona y quiere darnos a entender que lo está con muchas sequedades, es gran regalo ver una imagen de quien con tanta razón amamos. A cada parte que volviésemos los ojos la querría ver"[20]

Jorge Salinas

Madrid, 27.10.00


[1] N. 33

[2] n. 12

[3] (JP II: Audiencia general, 24.5.89)

[4] JP II: homilía en la misa para el seminario mayor de Roma, 14.6.98. DP-87, 1998).

[5] (Juan Pablo II, Hom. 13-1-1980).

[6] Juan Pablo II: Enc. Dominum et Vivificantem, n. 62

[7] R. Garrigou-Lagrange O.P.: El Salvador, Rialp, Madrid 1977. Las citas que hace de Santo Tomás se refieren exclusivamente a que la Humanidad de Cristo es el instrumento de la salud unido al Verbo.

[8] Entre una serie de anatemas contra los iconoclastas, se dice: "sea anatema, si alguno no confiesa a Cristo nuestro Dios circunscrito según la humanidad" (act. VIII: DS 606).

[9] El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define así la voz presente en su primera acepción: "Que está delante o en presencia de uno, o concurre con él en el mismo sitio".

A la voz presencia da este significado:"Asistencia personal, o estado de la persona que se halla delante de otra u otras o en el mismo sitio que ellas" (21º ed., Madrid, 1992)

[10] André Léonard: Razones para creer. Herder, Barcelona, 1990, p. 227

[11] Santo Tomás dedica un artículo entero de la Suma Teológica a la pregunta ¿puede moverse el cuerpo de Cristo en este sacramento?. Y concluye: "luego, propiamente hablando, Cristo está presente en este sacramento inmóvilmente" (STH, III, 76, 2).

[12] cf. Pablo VI: Encíclica Mysterium fidei, n.

[13] cf. ibídem

[14] Estas consideraciones no llevan a relativizar la importancia de la presencia del Sagrario en la vida espiritual. Todo lo contrario: la cercanía del Sacramento es una ocasión inmediata que invita a un acto de fe continuado, tierra propicia para que crezca abundante la piedad, muy centrada en la Santísima Humanidad de Cristo. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santo sacramento.(CCE n. 1379). También añade en otro punto el Catecismo: Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor:

La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración. (Juan Pablo II, lit. Dominicae Cenae, 3). (CCE n. 1380)

[15] SUMMA CONTRA GENTILES LB4 CP-74 N.-7

[16] San Hilario de Tours: Tratado sobre la Trinidad, libro 8, 13-16; PL 10, 246-249)

[17] (JP II. AUDIENCIA GENERAL, 24-V-1989

[18] Juan Pablo II: homilía del 16.10.00

[19] (Armando Banderas , O.P.: La Iglesia misterio de comunión, p.327)

[20] Antología de textos n. 3195:SANTA TERESA, Camino de perfección, 34, 10-11.