Con el nivel actual del Magisterio (especialmente de Juan
Pablo II) se puede decir que el misterio de la Iglesia es el misterio según el cual
Cristo, desde el seno del Padre, dona su Espíritu a
los hombres. Pero también forma parte del mismo misterio el hecho de que el Espíritu
hace presente allí donde actúa no sólo al Verbo eterno sino también, de un modo
inefable, a la Santísima Humanidad de Cristo, a través de la cual tenemos acceso al
Padre. La Trinidad misma, eterna, ha entrado según el orden de las misiones, en la
historia. La arcana Comunión de vida y amor en que consiste Dios mismo ha entrado en el
tiempo, en la historia, en el mundo, para dar cabida dentro de Sí a los hombres creados a
imagen y semejanza suya. La Iglesia es el sacramento de esa divinización participada del
hombre y del mundo.
El Catecismo de la Iglesia Católica ha acuñado felizmente la
expresión de misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo[1]. Esta misión es doble, pero
inseparable. Siempre que el Padre envía a su Verbo emite
al Espíritu Santo. No se da una misión sin la otra. Junto a la Persona enviada
siempre está la Otra también enviada.
Distintas entre sí las misiones como lo son las Personas enviadas, pero inseparables en su
misión y en su obrar[2]. Santo Tomás ya señaló la
inseparabilidad de las dos misiones divinas,
al mismo tiempo que su distinción recíproca[3]
Distintas e inseparables en su misión y en su obrar el Hijo y el Espíritu Santo, aunque nunca
se puedan considerar como dos tareas parciales que se integran en un resultado
completo, como dos sumandos yuxtapuestos. Acertadamente escribe el P. Bandera: En la
vid cristiana, tal como el Nuevo Testamento lo diseña, todo nos relaciona con el Hijo
encarnado; todo nos relaciona con el Espíritu Santo. Sería un gran error pensar que es
necesario repartir: atribuir unas cosas al Hijo encarnado y otras distintas al
Espíritu Santo. Todo es de cada uno. Todo es de los dos conjuntamente.
...[...]...
En lo de actuar conjuntamente hay otro punto importante que es necesario tener
en cuenta. El Espíritu Santo actúa siempre como Espíritu
de Jesús. Dando por supuesto que nuestro
lenguaje es incapaz de expresar el misterio con la debida precisión, hay que decir que el
Espíritu Santo actúa al servicio de Jesús: toma de lo de Jesús y eso sirve para proclamar la fe cristológica, para confesar que
Jesús es el Señor, que tiene el Nombre-sobre-todo-nombre, que es mediador universal, que
sólo él puede salvar...Son ideas claramente expresadas en la Sagrada Escritura. Un
Espíritu Santo autónomo no existe; cualquier intento, advertido o no, de
darle autonomía equivale, siempre e o irremediablemente a ponerse en peligro
de negarlo.
Esto nos conduce a otro dato importante. Los misterios tienen
tan mayor riqueza pneumatológica cuanto mayor es su densidad cristológica. Esto nos
conduce directamente al misterio pascual como el gran misterio de la intervención y de la
comunicación del Espíritu Santo. La razón es siempre la misma. El Espíritu Santo nos
es enviado por el Hijo encarnado, el cual nos lo envía desde sus propios misterios, si se
permite emplear este lenguaje. Cuanto el misterio es cristológicamente más alto, tanto
mayor es su poder y su eficacia para enviar: para hacernos partícipes del
mismo Espíritu que reposó sobre Jesús en el momento de vivir aquel misterio. Es Cristo
quien mejor nos introduce en el misterio de su Espíritu y nos infunde un profundo anhelo
de vivir permanentemente bajo su acción: como Jesucristo mismo vivió[4]
Si leemos con atención la amplísima catequesis que Juan
Pablo II ha desarrollado en estos años sobre el Espíritu Santo comprobamos que la
mutua implicación es como un correctivo a un falso paso que fácilmente se da
desde el orden lógico al orden real y que distorsiona
la verdad. Todo el tratado de las procesiones divinas, y por consiguiente el de las
misiones, sigue un orden lógico que
corresponde al orden según el cual procede nuestro intelecto finito y discursivo a la
hora de hacernos una cierta representación conceptual, analógica, de los misterios
centrales de la fe. Sin embargo, este orden lógico no debe imponerse de un modo rígido a
los datos bíblicos y patrísticos, porque el orden real es infinitamente más rico que el
conceptual.
Según este orden lógico primero se da la generación del
Hijo (per modum intellectionis) y
después la espiración del Espíritu Santo (per
modum amoris vel voluntatis). En las procesiones primero se da la misión del Hijo,
después la del Espíritu Santo. En parte ese
orden se dio en el curso histórico si atendemos a la trinidad económica; en parte, digo,
porque una lectura más atenta de la Biblia llevará a modificar ese mismo orden.
La afirmación de fe según la cual in hac Trinitate nihil prius aut posterius [5], no debe paralizar el
esfuerzo humilde de la razón para seguir lo que la Sagrada Escritura dice y como lo dice.
La misión del Verbo y del Espíritu son inseparables entre
sí aunque distintas, de la misma manera que la palabra que articula un hombre es
inseparable del aire expulsado desde los pulmones[6]. Si se ve en el ruah del Antiguo Testamento la insinuación del
Espíritu Divino que se revelará más tarde como Persona y se descubre en la Palabra de
Yahvé el anticipo de la revelación del
Verbo divino como Persona, entonces se observa una mutua implicación entre la palabra
dicha y el hálito divino espirado. Casi siempre antes es la misión del Espíritu que
prepara la recepción de la Palabra dicha y, a su vez, la Palabra anuncia una nueva
efusión del Espíritu.
Ya en el Nuevo Testamento el Espíritu Santo es enviado antes
a María (en su Inmaculada Concepción) que al mismo Cristo. En el Anuncio a María el
Espíritu Santo actúa en María (El Espíritu Santo vendrá sobre ti) y el Verbo es
concebido en sus entrañas. En ese momento el Espíritu Santo es el artífice de la
gracia de unión, que es la misma unión hipostática. [7]¿No hay aquí una cierta
precedencia de la misión del Espíritu sobre la del Hijo?
En cuanto al Hijo encarnado, su unción con la plenitud del Espíritu que le hace
Cristo, ¿no es previa a la misma condición de Cristo? Al menos así lo parece en el ordo realis. Por otra parte, la misión del
Espíritu sobre la Iglesia es posterior a la glorificación de Cristo. San Juan parece ver
la glorificación de Cristo en el mismo momento de su expiración. El Espíritu Santo es, efectivamente , fruto de la Cruz[8], pero también hay que
señalar cómo Cristo se inmola en el Espíritu eterno[9]. El Espíritu Santo preparó
la Fuente de la que Él mismo procedería con abundancia.
También el Espíritu de Pentecostés (que es el Espíritu en
el tiempo de la Iglesia) es enviado por Cristo glorioso de parte del Padre, pero ese mismo
Espíritu, que nunca habla de sí mismo ni reclama nuestra atención, es quien nos mueve a
la fe, quien nos prepara para recibir a través de la Palabra a Cristo mismo, el cual
viene a morar en el corazón del creyente: el Espíritu es quien nos trae en Cristo. Ese Cristo interiorizado es la fuente que
salta hasta la vida eterna[10]
De un modo eminente esta secuencia Espíritu-Cristo-Espíritu
se da en la liturgia sacramental. Pensemos, por ejemplo,
en la concatenación que se da en la celebración eucarística: epiclesis
anteconsecratoria, relato de la institución y consagración, epiclesis anterior a la
comunión
Aquí hemos visto un aspecto de esa mutua
implicación en la doble misión. En el ordo
logicus la misión del Espíritu viene después de la misión del Hijo, pero en el
orden real el Espíritu prepara la misión del Hijo. Santo Tomás llega a decir algo
asombroso, que puede parecer que anula el lenguaje de las misiones, pero no es así. El Aquinate afirma: y en cuanto a que el Hijo sea enviado por el Espíritu
Santo...es confirmado por autoridades, y esto se divide en dos partes: en la primera se
muestra cómo el Hijo no sólo es enviado por el Padre, sino que también lo es por el
Espíritu Santo; en una segunda parte se muestra cómo se envía a sí mismo [11]
También el Aquinate abre una
posibilidad que se considera actualmente en la Teología trinitaria: El Padre engendra al
Hijo (y de ahí que Padre sea nombre propio de la Primera Persona de la Trinidad). Por una
interferencia del orden temporal en el orden del intelecto, solemos poner en un después la espiración del Espíritu Santo: como
si pensáramos, primero el Padre engendra al Hijo y, después espira el Amor subsistente.
Pero sabemos que en la Trinidad no hay un antes y un después. Sería más adecuado decir
que el Padre engendra al Hijo espirando el
Espíritu Santo y que el Hijo es engendrado por el Padre espirando el mismo Espíritu
Santo. ¿No equivale eso a decir que el Padre engendra al Hijo en el Espíritu Santo? ¿No
es el Amor el clima, el ambiente, la atmósfera divina en que tiene lugar la generación
eterna del Hijo? Una cita de Santo Tomás que haría válida esta propuesta: El
Hijo es el Verbo, pero espirando Amor[12]. Añadimos una cita del libro oficial
para la Preparación del Jubileo del año 2000, Dios,
Padre misericordioso :La vida interior de Dios es un intercambio infinito en el interior de Dios, una
auto-donación continua entre Padre e Hijo en el Espíritu Santo. El Padre da toda su
divinidad al Hijo, y éste restituye la misma divinidad al Padre. En este intercambio
recíproco no hay temor de perderse, ni necesidad de recurrir a la violencia para superar
el mal; el don puede ser, y es, sin reserva, como el intercambio[13]
Me parece que puede decirse Pater genuit Filium in Spiritu Sancto; en cambio,
no parece coherente con la Tradición la fórmula apuntada por algunos de Filius a Patre Spirituque. En cambio, considero conforme con la Tradición afirmar Filius a Patre in Spiritu.
También podríamos decir que en la consideración de la
Trinidad inmanente nos es difícil distinguir entre el orden lógico y el
orden real entre las procesiones. En cambio en el tratado de la Trinidad
económica, como la donación de Dios a las criaturas se despliega en el
tiempo y según las procesiones nos es más fácil advertir cómo el orden real
rompe el orden lógico de la teología especulativa y aparece el Espíritu
siempre unido inseparablemente al Hijo (sin confundirse con Él), unas veces procediendo
de Él (secuencia del Espíritu respecto a Cristo) y otras veces preparando la venida de
Cristo en la Palabra bíblica, en la Encarnación, en la Eucaristía, en las almas (en
estos casos se da una precedencia del Espíritu ante Cristo).
El modo inmediato
de su actuación, un quasi proprium del
Espíritu Santo
Con las misiones
la eternidad divina entra en el tiempo para darse la comunicación personal de Dios al
hombre. El encuentro entre Dios y el corazón humano alcanza el nivel de comunicación
entre Personas y persona. Y en el inicio de esa comunicación íntima está siempre el
Espíritu Santo, como si hubiera un instante en el que únicamente Él prepara, dispone y
actúa en el hondón de la criatura. Siempre el punto de contacto entre Dios y
la criatura se da de un modo inmediato en la Persona del Espíritu Santo, del
cual nos dice el Catecismo que inspira en el cristiano la caridad (qui ei caritatem inspirat) y que forma a la
Iglesia (Ecclesiam format) (CCE n. 1997).
La exitio a Deo ad creaturas termina en
la Persona del Espíritu Santo y toda la reditio a
creaturis ad Deum comienza por la acción del Espíritu Santo. El Paráclito es el
punto de inversión o el principio de la reflexión en la relación de la
criatura con Dios. Podríamos decir, con cierto atrevimiento, que el contacto íntimo y
personal entre Dios y el hombre lo comienza siempre el
Espíritu Santo, sin mediación alguna. Si la gracia actual preveniente prende en la
libertad creada, el Espíritu sin recabar atención alguna sobre su Persona, conduce al
encuentro de Cristo (nadie puede decir Jesús es el Señor si no es en el Espíritu) y, a
través de Cristo conduce al Padre (Abba!). En
este sentido me atrevo a afirmar que Cristo llega a nosotros mediante el Espíritu y llegamos a ser hijos de
Dios mediante el Espíritu y Cristo. Lo propio
del Paráclito es su actuación inmediata en el interior del hombre.
De un modo semejante
a como en Dios alia est persona Patris alia Filii
alia Spiritus Sancti también en la
comunión de cada persona cristiana con cada Persona de la Santísima Trinidad se
mantiene como alius el bienaventurado, por toda
la eternidad. Me parece importante insistir mucho en esta idea.
En esta comunión hay
un orden admirable. Hemos de respetar el lenguaje de la fe, según el cual hay un orden en
las procesiones y un orden en las misiones; también lo hay en la exitio a Deo y en la reditio a Deum. Al
Espíritu Santo le atribuye la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio una
actuación peculiar, algo que le es original, que corresponde a su personalidad.
Anteriormente le hemos llamado al modo propio de actuar el Espíritu un quasi proprium
y es su modo inmediato de tocar, de
entrar en contacto con el corazón humano sin la actuación previa de otra Persona en ese
recinto de la conciencia, sin la mediación de
nada ni nadie: el Espíritu sopla donde quiere[14].
Sabemos ciertamente, que actúa la Trinidad entera en la criatura cuando ésta es
introducida en el orden sobrenatural. Sabemos que
actúan las tres divinas Personas, pero el Espíritu lo hace de modo inmediato. El Paráclito es la Persona originada en
las otras dos (es la única Persona que procede de dos) y es la Persona que une a las
otras dos y que es enviada para unir a la criatura humana con esas dos personas, el Padre y Cristo. Me parece que
Santo Tomás se refiere a este quasi proprium
del Espíritu cuando que en la Iglesia hay una cierta continuidad por razón del Espíritu Santo, el cual siendo uno y
único numéricamente llena y unifica toda la Iglesia[15]
El Espíritu Santo
actúa de modo inmediato en todas las almas predisponiéndolas a la fe y a la conversión.
Sólo los condenados están excluidos de esa acción porque se autoexcluyen de modo
definitivo del designio salvífico universal de Dios. En las demás almas actúa siempre. Decía Guillermo abad de Teodorico: Sabías, en efecto, Dios creador de las almas, que
las almas de los hombres no pueden ser constreñidas a ese afecto, sino que conviene
estimularlo; porque donde hay coacción, no hay libertad, y donde no hay libertad, no
existe justicia tampoco.
Quisiste, pues, que te amáramos los
que no podíamos ser salvados por la justicia, sino por el amor; pero no podíamos tampoco
amarte sin que este amor procediera de ti. Así pues, Señor, como dice tu apóstol
predilecto, y como también aquí hemos dicho, tú nos amaste primero; y te adelantas en
el amor a todos los que te aman.
Nosotros, en cambio, te amamos con
el afecto amoroso que tú has depositado en nuestro interior. Por el contrario, tú, el
más bueno y el sumo bien, amas con un amor que es tu bondad misma, el Espíritu Santo que
procede del Padre y del Hijo, el cual, desde el comienzo de la creación, se cierne sobre
las aguas, es decir, sobre las mentes fluctuantes de los hombres, ofreciéndose a todos,
atrayendo hacia sí a todas las cosas, inspirando, aspirando, protegiendo de lo dañino,
favoreciendo lo beneficioso, uniendo a Dios con nosotros y a nosotros con Dios.[16]
San Pablo
decía:la caridad de Cristo nos urge. Pero la caridad de Cristo es el primer
fruto del Espíritu Santo en el alma de
Cristo, la razón de su prisa por salvar a todas las almas; el Espíritu Santo es quien
urge al Apóstol y a toda la Iglesia a comunicar la vida divina. El mismo Espíritu Santo
es la urgencia divina por la salvación universal.
En cuanto hay
correspondencia en la criatura y la gracia es establece en su alma el mismo Espíritu
sigue actuando, ya como Amigo discreto que se ha establecido en lo más profundo del alma
y entabla una comunión de Persona con persona. El mismo y único Pneuma divino dispone a la recepción fructuosa de
toda palabra que sale de la boca de Dios; esa recepción culmina con la aceptación de
Cristo por la fe y los sacramentos. El Espíritu hace que Cristo habite por fe en
el corazón. El mismo Espíritu lleva a ver en Cristo al Padre y a llamarle Abba porque la comunión se ha establecido con las
tres divinas Personas. Ésta es la situación interior, real, sobrenatural o espiritual de
un fiel cristiano en estado de gracia. San Cirilo de Alejandría comentaba. Y, si seguimos por el camino de la unión espiritual;
habremos de decir que todos nosotros, una vez recibido el único y mismo Espíritu, a
saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios. Pues aunque seamos
muchos por separado, y Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de
nosotros, ese Espíritu, único e indivisible, reduce por sí mismo a la unidad a quienes
son distintos entre sí en cuanto subsisten en su respectiva singularidad, y hace que
todos aparezcan como una sola cosa en sí mismo.
Y así como la virtud de la santa
humanidad de Cristo hace que formen un mismo cuerpo todos aquellos en quienes ella se
encuentra, pienso que de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único
e indivisible, los reduce a todos a la unidad espiritual.[17]
La
participación de Dios en el hombre siempre se da según un más y un menos.
El grado y la
peculiaridad de esta comunión entre las Divinas personas y una persona concreta son
distintos en cada persona y es variable en el tiempo. Hay un misterio insondable en este
juego de libertad divina y libertad humana. Dios tiene sus designios inescrutables aunque
es voluntad suya llevar a todo hombre a una plenitud en Cristo y en Espíritu, como hijo
suyo,en la medida de fe recibida por cada uno, en expresión paulina.
La distinción
tradicional entre gratia gratum faciens y gratia gratis data
nos ayuda a entender la complejidad de esa red o conexión de Personas en personas y,
por consiguiente, también de personas en personas. Recodemos una vez más que la palabra conexión es derivada de nexo. Sabemos que el nexus que de modo inmediato articula esa urdimbre y
esa trama es el Espíritu Santo.
La gratia gratis data mira fundamentalmente a bien de
la comunidad; consiste en una habilitación sobrenatural para actuar en beneficio del bien
común de la Iglesia. Aquí entran los ministerios de origen sacramental y los carismas en
general. Los primeros suponen una realidad estable en las potencias del sujeto que se
llama carácter. Dios se vale de esa potencia
operativa sobrenatural instalada en un hombre para actuar sobre otros hombres o para
articular la Iglesia de forma visible y funcional. El carácter supone
una especial unción del Espíritu sobre el
bautizado, el confirmado, el diácono, el presbítero y el obispo. Una especial unción se traduce también en una especial
configuración con Cristo y un modo especial de estar Cristo presente en ese fiel al que
nos referimos y también una peculiar tarea como siervo al frente de la familia del Padre. Pero también en esos casos de mediación humana querida por Cristo el Espíritu Santo actúa de
modo inmediato en cada fiel. Es el Espíritu
quien le hace ver a Cristo Pastor en un
hermano suyo y quien, de modo inmediato, le dispone a la recepción fructuosa de
la palabra y de los sacramentos servidos por hermanos suyos.
Así vamos
estableciendo en clave personal temas clásicos de Eclesiología que suelen ser tratados
más bien en términos de estructuras.
Resumiendo las ideas
anteriormente expuestas, la trama o urdimbre que comunica a las personas humanas con la
Trinidad constituye la gran iniciativa de Dios respecto al hombre y el mundo. El nexo es el Espíritu Santo. El modo según el cual
se establece ese misterio de comunión entre Dios y los hombres (y de los hombres entre
sí) consiste en que el Padre envía al Hijo
y al Espíritu Santo al mundo en una misión doble, conjunta y mutuamente implicada.
Esa doble misión es
una realidad siempre in actu . Acontece en el
interior de cada cristiano e implica a cada cristiano, como instrumento en manos de Dios,
en la ampliación o fortalecimiento de esa red. La Trinidad viene al hombre para seguir a
través de cada hombre la edificación del Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del
Espíritu Santo. De distintos modos, cada uno de nosotros es constituido en trinitario, en portador de la Trinidad como Unidad
y en portador de cada Persona, es decir, en teóforos,
cristóforos y pneumatóforos, para servicio
de los demás. La Iglesia puede entenderse quizá mejor en esta clave personalista que en
términos de estructura.
Para terminar, quiero
traer una cita del beato Isaac abad del monasterio de Stella. Algo queda expresado de la
riqueza de relaciones personales múltiples que son la Iglesia, María y cada alma fiel: También se considera con razón a cada alma fiel como
esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo
cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la
Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel.[18]
Jorge
Salinas
Madrid,
25.3.01
[1] Coniuncta Filii et Spiritus Sancti missio, en CCE
nn. 689-90, 702, 727, 737, 743, 2655.
[2] Por supuesto que también actúa el Padre con el
Hijo y el Espíritu Santo, pero en toda obra común a las tres Personas cada Persona
actúa según sus propiedades personales:
Como dice el CCE, Unaquaeque tamen Persona divina
secundum Suam propietatem personalem commune operatur opus (n. 258)
[3]
cum missio importet originem
personae missae et inhabitationem per gratiam, ut supra dictum est, si loquamur de
missione quantum ad originem, sic missio filii distinguitur a missione spiritus sancti,
sicut et generatio a processione. si autem quantum ad effectum gratiae, sic communicant
duae missiones in radice gratiae, sed distinguuntur in effectibus gratiae, qui sunt
illuminatio intellectus, et inflammatio affectus. et sic manifestum est quod una non
potest esse sine alia, quia neutra est sine gratia gratum faciente, nec una persona
separatur ab alia.
(STh I, q.43, a.5, ad 3.; Cf. también
IN I SENTENTIARUM DS15,QU4 ,AR2,CO)
[4] P. Bandera:o.c.: pp. 370-371.
[5] Cf. Símbolo Atanasiano
[6] Esta imagen pertenece a un Padre.
[7] Juan Pablo II
[8] Esta expresión es frecuente en los escritos del Beato
Josemaría.
[9] Hbr. 9, 14.
[10].[10]
[11] et quod a spiritu sancto filius sit missus...
auctoritatibus confirmatur. et haec dividitur in duas: in prima ostendit quod non solum
filius missus est a patre, sed etiam a spiritu sancto; in secunda ostendit quod etiam a
seipso (In I sententiarum. Ds 15, q. 1
[12] Filius autem est Verbum, non qualecumque, sed spirans amorem (STh , q. 43, a. 5, ad2)También se encuentra una
frase similar en otro libro: Verbum autem Dei Patris
est spirans Amorem: qui ergo capit illud cum fervore amoris, discit (Super Evangelium Iohannis, cp. 6, lc 5, nn 409-410)
[13] Dios Padre misericordioso, p. 39.
[14] Jn 3, 8
[15] ratione
Spiritus Sancti, qui unus et idem numero totam Ecclesiam replet et unit (Qu. disp. de
veritate 2, q.29,a.4, ra 17)
[16] Del tratado de Guillermo, abad del monasterio Teodorico,
sobre la contemplación de Dios (Núms. 4-11: SC 61, 90-96)]
[17] [Del comentario de
san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de san Juan(Libro 11, cap. 11: PG
74, 559-562)]
[18] De los sermones del beato Isaac, abad del monasterio de
Stella (Sermón 51: PL 194,1862-1863.1865)