La Eucaristía, ¿fuera de nosotros o dentro de nosotros?

 

Por Jorge Salinas Alonso, pbro.

Doctor en Teología

Buzón: jsalinas00@hotmail.com

 

Sumario: 1) Inmanencia y trascendencia de Dios respecto al hombre. 2) La “perichoresis” entre las Personas Divas de la Santísima Trinidad. 3) Nuestra inserción en la Trinidad a través de Cristo. 4) Maestro,  ¿dónde moras? 5) La Eucaristía celebrada en la Iglesia. 6) Delante del Sagrario. 7) La Humanidad de Cristo contemplada en la fe. 8) El ánima ecclesiática de San Agustín. 9) Imaginación y realidad sobrenatural

 

 

 

1) Inmanencia y trascendencia de Dios respecto al hombre

 

Recuerdo una conversación que mantuve con el joven conductor de un taxi. Intentaba aquél muchacho explicarme cómo se dirigía a Dios mientras conducía el vehículo por las calles de Madrid. “Mire Vd: ¿sabe lo que hago? Le hablo a Dios con toda sencillez para pedirle ayuda en determinados momentos...Como está  allá arriba, yo le hablo muy alto; no levanto la voz, porque me tomarían por loco, pero “desde dentro” le hablo muy fuerte para que me oiga bien”. Aquél hombre no era consciente, probablemente, de la hondura que encerraba su testimonio. Con gran sencillez había descrito la transcendencia de Dios respecto al hombre y, al mismo tiempo, su inmanencia en el corazón humano. San Agustín buscando a Dios llegó a resolver esa aparente contradicción entre Dios fuera de mí y Dios dentro de mí: ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían[1] El encuentro con el Dios buscado lo formuló el Obispo de Hipona con esa frase imposible de traducir bien a ninguna lengua: tu autem eras interior intimo meo et superior summo meo[2]. Quizá podríamos aproximarnos a su sentido original latino con algo parecido: tú estabas dentro de lo más íntimo de mí y por encima de lo más alto de mí. Tú eres más íntimo a mí de lo que to mismo lo soy respecto a mí y, al mismo tiempo, me excedes en altura por alto que yo pueda subir dentro de mí. No hay autor verdaderamente espiritual que no se expresa en esos términos de interioridad:  Busca a Dios en el fondo de tu corazón limpio, puro; en el fondo de tu alma cuando le eres fiel, ¡y no pierdas nunca esa intimidad! -Y, si alguna vez no sabes cómo hablarle, ni qué decir, o no te atreves a buscar a Jesús dentro de ti, acude a María, «tota pulchra» -toda pura, maravillosa-, para confiarle: Señora, Madre nuestra, el Señor ha querido que fueras tú, con tus manos, quien cuidara a Dios: ¡enséñame -enséñanos a todos a tratar a tu Hijo![3] En esta última frase se menciona expresamente a Jesús (“no te atreves a buscar a Jesús dentro de tí”) y, en este sentido, la via de la interioridad de Agustín está orientada hacia el trato con el Dios humanado, con  Cristo Jesús. Éste es un paso distinto al de la relación sólo  con Dios puesto que se incluye también  a la Humanidad Santísima de Cristo.

 

La intimidad de Dios a su criatura es, hasta cierto punto, comprendida por la razón y la libertad. Dios nos da el ser y nos mantiene en el ser; Dios pone en nosotros el principio de toda operación y así obra en nosotros y a través de nosotros respetando nuestra libertad. Todo, por otra parte, está patente y desnudo ante su mirada penetrante. A la comunicación interior con  Dios estamos llamados todos los seres humanos. Como dice A. Orozco:  Dios no es yo; yo no soy Dios. Pero Dios no es «el Otro», lejano, inasequible, inescrutable. Dios, como dijo lapidariamente San Agustín, es Aquél que me es más íntimo que yo mismo (San Agustín, Confesiones, cap. VI). Yo soy más suyo que de mí mismo. No es necesario «salir a» buscarle, basta centrar el pensamiento, con toda sencillez -sin necesidad de ejercicios psicológicos estrambóticos ni de «meditaciones trascendentales»-, en la propia conciencia, para conversar con Él, con una intimidad tal que no se puede alcanzar con ninguna otra persona.[4] Hay, sin embargo, otro centro de convergencia privilegiado entre Dios y el hombre y ese centro de la Humanidad de Cristo. A ese centro, lugar de encuentro y de admirable intercambio (admirabile commercium[5]) entre Dios y el hombre nos referimos en este artículo.

 

2) La “perichoresis” entre las Divinas Personas de la Santísima Trinidad

 

La relación más perfecta de inmanencia y de transcendencia recíproca se da entre las Personas de la Santisima Trinidad. En Dios, la alteridad (el tú permanente) lejos de ser una imperfección es la máxima de las perfecciones[6].  Dios es llamado Amor por San Juan  porque  consiste en una relación permanente entre Personas de tal modo que el Otro es siempre fruto de una entrega completa de un Yo, de un Nosotros. Necesariamente toda la comprensión posible del misterio de Cristo y de la vida cristiana nace del conocimiento de la Trinidad y sin referirnos a la Trinidad toda reflexión sobre nuestra fe es pobre, limitada, moralizante y sentimental. Son muy conocidas expresiones como la del filósofo E. Kant, quien escribió que "el dogma de la Trinidad no significa nada en la práctica". O la del teólogo K. Rahner, quien señalaba que si se eliminase la Trinidad de los libros de teología, nada cambiaría en el pensamiento ni en la vida de los cristianos. Como dice B. Forte, se trata de afirmaciones tremendas, si se piensa que Dios Uno y Trino constituye "el misterio central de la fe y de la vida cristiana", en palabras del Catecismo de la Iglesia Católica y es convicción compartida por todas las Iglesias cristianas. Tampoco sin la Trinidad podemos entender algo de Jesucristo y del Amor que se encierra en su Corazón humano. Siempre nos encontraremos con un misterio del Yo y el Tú donde el Amor respeta la alteridad y la ama: el misterio de un amor insondable, a cuya esencia pertenece el unir cosas distintas de tal modo que se respete la distinción; es que el amor, en definitiva, es la incomprensible unidad de dos que, continuando distintos, no pueden, sin embargo, estar el uno sin el otro en su recíproca libertad.[7] Entre las Personas Divinas se da una recíproca interioridad perfecta, llena de vida y amor. Los Padres griegos llaman a esa comunión íntima de vida y amor “perichoresis” y la conciben como una especie corriente circular que mantiene unidas perfectamente a las Tres divinas Personas sin que sufra menoscabo la identidad personal de cada divina Persona. En ese Misterio se esconden,  al mismo tiempo,  el máximo de Unidad y el máximo de Alteridad . Pues bien, en Cristo, la Persona del Verbo vive esa singular relación con el Padre y con  el Espíritu Santo a través de su Humanidad Santísima. Esto quiere decir que la filiación eterna del Verbo se expresa en el Abba! de un corazón humano y que la paternidad eterna de Dios se expresa en el “Tú eres mi Hijo” del Jordán y del Tabor. Simultáneamente eso quiere decir que la relación paterno-filial del Padre y del Hijo se da en el Espíritu Santo y que el Espíritu Santo enviado a los hombres procede del Padre y de Cristo muerto y resucitado.

 

3) Nuestra inserción en la Trinidad a través de Cristo

Nuestra inserción en la vida divina (que es Vida de Tres)  se realiza siempre a través de la Humanidad de Cristo; se realiza siempre porque así lo ha dispuesto Dios en su eterno designio de salvación del género humano. Lo confesamos en el Símbolo de la fe cuando decimos de Cristo  que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, y por obra del Espíritu Santo nació de Santa María Virgen, se encarnó de María, la Virgen,y se hizo hombre[8]. Es decir, proclamamos que la Encarnación ha acontecido propter nostram salutem, para nuestra salvación, para nuestra salud eterna. La Humanidad de Cristo es el instrumento universal de salvación. [9] Esta doctrina ha sido notablemente remarcada en la Carta Dominus Iesus: debe ser firmemente creída la doctrina de fe sobre la unicidad de la economía salvífica querida por Dios Uno y Trino, cuya fuente y centro es el misterio de la encarnación del Verbo. Tal afirmación central puede ir flanqueada por dos asertos excluyentes que se contienen en la misma Carta: 1) no es compatible con la doctrina de la Iglesia la teoría que atribuye una actividad salvífica al Logos como tal en su divinidad, que se ejercitaría « más allá » de la humanidad de Cristo, también después de la encarnación, y 2)  Hay también quien propone la hipótesis de una economía del Espíritu Santo con un carácter más universal que la del Verbo encarnado, crucificado y resucitado. También esta afirmación es contraria a la fe católica, que, en cambio, considera la encarnación salvífica del Verbo como un evento trinitario[10]  

La centralidad de Cristo, Verbo encarnado,  significa que nuestra relación con Dios Uno y Trino “pasa” siempre por la Humanidad de Cristo. Quizá podamos mejorar lo dicho. Es la Trinidad misma quien se nos a través de la Humanidad de Cristo. Y nuestra respuesta  de un modo u otro, siempre es respuesta dada a Jesús.

4) Maestro ¿dónde moras?”

También hoy podemos hacerle a Jesús la misma pregunta que le hicieron, al conocerle, Juan y Andrés [11]. A esa pregunta el Señor nos responde: en mi Iglesia.  El lugar de esa Presencia siempre actual de Cristo, en su totalidad de Persona y Acontecimiento, es su Iglesia. Incluso tendríamos que añadir más, precisar mejor. No se trata de una existencia de la Iglesia como un lugar previo a donde se traslada el Señor; no se ha dado nunca una Iglesia “vacia” que, a partrir de un momento dado, es “ocupada”  por Cristo. La Iglesia no es propiamente un recipiente que llega a ser morada de Jesús. En su última realidad la Iglesia consiste en la presencia de Cristo en sus fieles; por tanto, Cristo mismo hace a la Iglesia cuando se establece en el corazón de los suyos. Saulo, Saulo, ¿por  qué me persigues?[12], dice Jesús a Pablo identificándose con los cristianos perseguidos. Una vez más hemos de citar la Carta Dominus Iesus  para evitar toda disociación entre Cristo y su Iglesia: El Señor Jesús, único salvador, no estableció una simple comunidad de discípulos, sino que constituyó a la Iglesia como misterio salvífico: Él mismo está en la Iglesia y la Iglesia está en Él (cf. Jn 15,1ss; Ga 3,28; Ef 4,15-16; Hch 9,5); por eso, la plenitud del misterio salvífico de Cristo pertenece también a la Iglesia, inseparablemente unida a su Señor. Jesucristo, en efecto, continúa su presencia y su obra de salvación en la Iglesia y a través de la Iglesia (cf. Col 1,24-27),[13] que es su cuerpo (cf. 1 Co 12, 12-13.27; Col 1,18).[14] Y así como la cabeza y los miembros de un cuerpo vivo aunque no se identifiquen son inseparables, Cristo y la Iglesia no se pueden confundir pero tampoco separar, y constituyen un único “Cristo total”.[15] Esta misma inseparabilidad se expresa también en el Nuevo Testamento mediante la analogía de la Iglesia como Esposa de Cristo (cf. 2 Cor 11,2; Ef 5,25-29; Ap 21,2.9). [16]

Sabemos que esa presencia de Cristo es simultánea con la presencia de la Trinidad en los fieles. Hemos de añadir, sin embargo, que nunca tendríamos una certeza de pertenecer a la Iglesia de Cristo si no existieran unos criterios externos que nos impiden en caer en un subjetivismo peligroso cuando no cargado de angustía. La Iglesia es una realidad extra nos que nos precede, nos acompaña, nos acoge, nos guía. En la Const. Apost. Bonus Pastor se recuerda que "a esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su ordenamiento y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del régimen eclesiástico y de la comunión".[17]  Intra nos el Espíritu Santo nos introduce en la comunión con Cristo y, a través de Cristo, con el Padre y con todos nuestros hermanos. Empleando una terminología tradicional esa realidad interior es la res tantum causada instrumentalmente por el sacramento de la Iglesia. Pertenecen también a esa realidad intra nos la obediencia a Cristo, la fe, la esperanza,  la caridad, la comunión afectiva y efectiva respecto a nuestros hermanos.

5) La Eucaristía celebrada en la Iglesia

Dentro de la Iglesia encontramos a Cristo en la Eucaristía como en una cima, como en una fuente. No hay Iglesia sin Eucaristía, como tampoco hay Eucaristía sin Iglesia. Sabemos que la Presencia del único Cristo, que abarca como en un haz todos los momentos de su Acontecimiento,  se da de diversas maneras. La Encíclica Mysterium fidei de Pablo VI enumeró una serie de situaciones que las que Cristo nos sale al encuentro para establecer un orden al compararlas con la singularísima presencia de Cristo en la Sagrada Eucaristía.  Estas varias maneras de presencia llenan el espíritu de estupor y dan a contemplar el misterio de la Iglesia. Pero es muy distinto el modo, verdaderamente sublime, con el cual Cristo está presente a su Iglesia en el Sacramento de la Eucaristía, que por ello es, entre los demás sacramentos, el más dulce por la devoción, el más bello por la inteligencia, el más santo por el contenido; ya que contiene al mismo Cristo y es como la perfección de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos.

Tal presencia se llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, porque es también corporal y substancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro [18].  En realidad, la presencia de Cristo en la Eucaristía es como la raiz y causa de todos los demás modos de hacerse  presente Jesús a los suyos, en los demás, a través de otros, etc. El Beato Josemaría resumió este pensamiento en una frase: La presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el mundo.[19]  Me atrevo a considerar que sin Eucaristía no habría Iglesia y con ello comenzaría la pruebe más dura que cabría imaginar para los fieles de Cristo, ante la cual tendrían que clamar más que nunca:¡Ven, señor Jesús!.

 La Eucaristía está finalizada en la comunión eucarística y en la comunión eclesial. Conviene recordar que el magisterio y la disciplina eclesiástica, al enumerar las razones para la conservación de la Eucaristía fuera de la misa, siempre emplean en primer lugar la comunión de enfermos o ausentes, y en segundo lugar, la adoración del Santísimo Sacramento. Con este orden no sólo se respeta la historia sino se mantiene destacada la intención del Señor al instituir este Sacramento: tomad y comed, tomad y bebed. La finalidad del Sacramento, la res tantum, sabemos que es doble: la morada inefable de Cristo en el corazón de los suyos y la unidad de su Cuerpo Místico, que es la realidad  interior de la Iglesia.. Porque considero importantes unas palabras del Papa vuelvo a citarlas otra vez: Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí" Ga 2,20). Las palabras del Apóstol Pablo a los Gálatas que acabamos de escuchar en la segunda lectura, expresan sintéticamente el fruto existencial de la comunión eucarística: la inhabitación de Cristo en el alma, por obra del Espíritu Santo...(...)[20]. Extra nos, fuera de nosotros, las especies eucarísticas tienen una función de signo, nos dan la certeza de la presencia substantialiter de Cristo, pero se trata de una certeza de fe porque en virtud de ellas mismas no serían capaces de manifestar la presencia de Cristo. Santo Tomás da tres razones por las cuales la divina Providencia ha dispuesto sabiamente la permanencia de los accidentes del pan y del vino en este Sacramento: 1º) porque no es habitual entre los hombres sino cosa horrible, comer y beber sangre humanas y, de este modo, se nos efrece Cristo bajo la apariencia de alimentos comunes, como lo son el pan y el vino; 2º) para no exponer este sacramento a la burla de los infieles, cosa que ocurriría si comiéramos al señor en su estado físico; 3º) para que el hecho de recibir invisiblemente el cuerpo y la sangre del Señor aumente el mérito de nuestra fe[21]. Sin la percepción extra nos de la Eucaristía, contemplada y deseada con fe y con caridad, no podríamos tener la certeza de que realmente viene a establecer su morada en nosotros. La certeza del Jesús con nosotros, en nuestra alma, intra nos, es consecuencia de la fe en una realidad que se nos da extra nos.

6) Delante del Sagrario

 Delante del Sagrario un cristiano con fe encuentra alegría recitando cualquier himno eucarístico y leyendo y releyendo el capítulo 6º de San Juan. Puede mirar la Sagrada Hostia expuesta en una Custodia y adorar en silencio la presencia oculta de Cristo; puede recogerse en su interior y encontrar al Maestro que en él mora. Hay una continuidad experimentada y difícil de describir entre lo intra nos y lo extra nos. No dejamos de mirar y de oír a Jesús cuando miramos hacia fuera o hacia adentro. Jesús comunica consigo a todos los fieles a través de la Eucaristía; por supuesto el mismo Espíritu  de Cristo actúa en el Sacramento y en las almas; en el Espíritu Santo comunicamos todos de un modo correlativo a como comunicamos todos en Cristo.

Al llegar a este punto surgen unas objecciones bastante comunes.  La primera, si  el fruto existencial de la comunión eucarística es la inhabitación de Cristo en al alma ¿por qué debemos comulgar más veces, incluso, si  es posible, es aconsejable la comunión a diario?  ¿No nos bastaría volver una y otra vez al Jesús del alma para mantenernos en comunión con Él?  ¿Acaso no ha habido santos eremitas en los primeros tres siglos que apenas recibían la Eucaristía? La respuesta comenzaría por recordar que la excepción confirma la regla. Añadimos que el fruto de la Eucaristía depende también del grado de fe y de caridad del comulgante. Es verdad que una sola comunión plenamente fructuosa elevaría a una persona cristiana a un grado de caridad y santidad perfectas. Normalmente no ocurre así;  la donación de Cristo no es acogida tan plenamente. Además, hay que contar con un “desgaste” de nuestro “hombre interior” durante el combate de la vida cristiana ; a esa necesidad responde la Eucaristía como pan del peregrino, como alimento que restaura las fuerzas, como viático para un camino arduo.

Una segunda objeción sería la siguiente.  Si ya comulgamos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo de vez en cuando, ¿por qué hemos de buscar esa otra actividad de emplear un tiempo en adorar, sin comulgar,  el Santísimo Sacramento? ¿Acaso los santos durante los primeros doce siglos de la Iglesia  necesitaron el Sagrario para ser santos?  A tales preguntas no vale decir que la excepción confirma la regla. La Iglesia Católica fue profundamente eucarística durante esos siglos y lo siguen siendo la Ortodoxia y las Iglesias Orientales sin haber desarrollado la dimensión de adorar la Presencia eucarística fuera de la misa. La respuesta va más en la dirección de un enriquecimiento, de un especial don de sabiduría y de piedad concedido por el Espíritu Santo a la Iglesia Católica a partir de un momento de su historia. La respuesta ya está prometida en unas palabras de Jesús:  El Espíritu de verdad...os llevará al conocimiento de la verdad completa [22].  El Espíritu ha conducido a la Iglesia a una mayor profundidad en la respuesta cristiana al don de Cristo en la Eucaristía; ha conducido a la Iglesia al descubrimiento de la adoración de la Presencia de Cristo eucarístico. A ese desarrollo han contribuido de un modo determinante los santos de los últimos siglos. Tendríamos que recordar aquí otras palabras del Señor: al que tiene se le dará [23].  La intención de la Iglesia manifestada por los Pastores es cada vez más manifiesta en este punto: Todos los miembros de la Iglesia, especialmente los Obispos y los Sacerdotes, deben observar vigilancia en ver que este Sacramento de Amor ocupe el centro de la vida del pueblo de Dios, de manera que en todas las manifestaciones del culto que se le debe, se le devuelva a Cristo “amor por amor”; y que verdaderamente se convierta en la vida de nuestras almas” [24].

 

7) La Humanidad de Cristo contemplada en la fe

 Hemos de tener más en cuenta el lenguaje de los verdaderos místicos porque nos dan pistas para una reflexión más ordenada sobre los contenidos de la fe. Consideremos, por ejemplo, esta frase: ¡Verdaderamente es amable la Santa Humanidad de nuestro Dios! -Te "metiste" en la Llaga santísima de la mano derecha de tu Señor, y me preguntaste: "Si una Herida de Cristo limpia, sana, aquieta, fortalece y enciende y enamora, ¿qué no harán las cinco, abiertas en el madero?"[25]  En Cristo están unidos todos sus momentos. Nada de cuanto Él hizo o padeció en su naturaleza humana ha pasado ya como si se hubiera desvanecido en el olvido; todos  sus acta et passa  participan de la eternidad del Verbo.  La Eucaristía nos hace contemporáneos a todos sus momentos; nos hace contemporáneos e implicados en una trama de recíproca intimidad. “La Llaga santísima de la mano derecha de tu Señor” no es una fantasía piadosa o un recurso meramente emocional para desencadenar la compunción o facililitar buenos propósitos. Me parece que es algo más, que pertenece a la historia siempre presente de Jesús, que se descubre el en Eucaristía y en la oración. Esa presencia es coparticipativa para el cristiano, es interpelante.

8) El ánima ecclesiática de San Agustín

Por otra parte, Cristo nunca está solo ante nuestra conciencia. No podemos disociarlo ni del Padre ni del Espíritu Santo; tampoco podemos disociarlo de su Iglesia. No podemos, por tanto, disociarlo de nuestros hermanos vivos o difuntos. La percepción vital de la unidad entre Cristo y su Iglesia es llamada por San Agustín anima ecclesiatica, una cualidad que se ha dado en todos los santos. Son conocidos los sermones de San Agustín, que hablan de este vínculo entre Cuerpo Eucarístico de Cristo e Iglesia . Explicando el Misterio Eucarístico, Agustín dice a sus oyentes: «Si queréis entender lo que es el Cuerpo de Cristo, escuchad al apóstol: ‘Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros’. Si, pues, vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, lo que está sobre la santa mesa es un símbolo de vosotros mismos, y lo que recibís es vuestro propio símbolo (mysterium[26].

San Agustín se niega a separar el cuerpo sacramental, que está en la mesa eucarística del Cuerpo eclesial de Cristo (Cabeza y miembros). El pan eucarístico es el cuerpo de Cristo. Pero puesto que por el bautismo los cristianos son miembros del cuerpo de Cristo, ellos son verdaderamente este pan. Reciben lo que son. El sacramentum lleva consigo, al contener el Cuerpo y la Sangre de Cristo in mysterio, la gracia objetiva de la comunión, es decir, de la unidad. Es el don, no ya de un Cristo aislado de la Iglesia, sino de la Cabeza unida a su cuerpo. Y ese cuerpo de Cristo está hecho, inseparablemente, del cuerpo personal del Señor resucitado y de los miembros que son los cristianos conjuntados por el Espíritu en una comunión viva. [27]

 Este pensamiento pensamiento se encuentra ya en  San Pablo, quien  tiene la intuición de una correspondencia misteriosa entre el Cuerpo que se da en la Mesa Eucarística y el Cuerpo eclesial del Señor (1Cor. 10, 16-17).

Llegando al final de este resumen, podríamos afirmar que toda alma eucarística es, o llegará a ser, profundamente cristocéntrica y trinitaria y también alma de Iglesia (anima ecclesiastica, en el sentido Orígenes, de San Agustín y otros Padres de la antigüedad). Cualquier insuficiencia en uno de estos aspectos será corregida por el Espíritu Santo si media la humildad, el estudio, el tiempo.

9) Imaginación y realidad sobrenatural

¿Qué criterios podríamos establecer para andar con seguridad por los caminos de la vida espiritual sorteando los riesgos de la fantasía, del sentimentalismo, de la irrealidad? La primera respuesta sería la fe y el sentido común. Respecto a la fe la fuente primordial es la Sagrada Escritura y la norma práctica y próxima es el Magisterio auténtico de la Iglesia. Respecto al sentido común la mejor fuente es la experiencia propia y ajena, dentro de la Iglesia, en 2000 años. Buena experiencia la de los santos, especialmente los grandes maestros espirituales.  Con todo, asumiendo el riesgo de simplificar demasiado, podríamos utilizar las dos categorías intra nos y extra nos   y confrontar ambos espacios como criterios de verdad.

a) Maestro, ¿dónde moras? En mi Iglesia.  El extra nos que asegura estar en buen camino lo señalamos anteriormente:  "a esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su ordenamiento y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del régimen eclesiástico y de la comunión". Con esa certeza objetiva podemos entrar en el recinto intra nos: ahí está la realidad última de la Iglesia, porque como dijo Jesús, regnum Dei intra vos est[28].

b) Maestro, ¿dónde alcanzo dentro de tu Iglesia la máxima unión contigo? En la  Eucaristía. El extra nos que da la seguridad de estar en el buen camino para esa especial unión con Cristo es la celebración eucarística en la Iglesia y por la Iglesia y la presencia de las especies sacramentales después de la consagración (sacramentum tantum y res et sacramentum). La comunión eucarística fructuosa nos abre las puertas a una realidad intra nos: la especial morada de Cristo en nuestro corazón y nuestra más íntima pertenecia a la Iglesia (res tantum).

c) Maestro, enséñanos al Padre. Quien me ve a Mí ve al Padre.[29] El camino a la Trinidad comienza en la Humanidad Santísima de Cristo a quien nos incorporamos por el bautismo antes de la Eucaristía. La Santísima Trinidad es realidad extra nos y, al mismo tiempo, intra nos cuando la gracia transforma el alma.

La familiaridad con la Trinidad, con Jesús y con el misterio de su Iglesia se nutre de la Eucaristía, tomada ésta en todas sus dimensiones: la celebración del sacrificio, la adoración de la Presencia y la fructuosa comida y bebida eucarística.

María realiza en sí de un modo eminente esas notas. Ella es la criatura más íntima a la Santísima Trinidad por razón de la Encarnación del Verbo en sus entrañas. Ella es la criatura más estrechamente vinculada a la Persona y la Obra de Cristo. Su relación con la Iglesia es materna en el orden de la  gracia y constituye su más  perfecto icono. Hay una presencia muy especial de María en la Eucaristía. Por todo ello, un alma de Eucaristía fácilmente llegará, por la acción del Espíritu Santo, a ser alma trinitaria, alma cristocéntrica, alma de Iglesia, alma mariana.

Jorge Salinas Alonso

 

25.03.02

 

 

[1] Del libro de las Confesiones de san Agustín, obispo (Libro 10, 26, 37-29, 40: CSEL 33, 255-256)

2 San Agustín: Confesiones, liber III, caput 6

3 Josemaría Escrivá: Forja, n. 84

4 Antonio Orozco Delclós:  Dios no es «el otro», en www.encuentra.com 18. 03.02.
 

 

5 cf. Oración sobre las ofrendas en la Misa de Navidad (medianoche); Prefacio de Navidad III.

6 Cf. CDF: Carta a los Obispos sobre la oración cristiana,

7 W. Kasper:  Jesús el Cristo.  Ed.Sigueme, Salamanca 1998, p308)

 

 

8 Símbolo niceno-constantinopolitano

9 Santo Tomás habla siempre de la Humanidad de Cristo como instrumentum coniunctum Verbi.

10 CDF: Declaración Dominus Iesus, nn. 10 y 11.

 

11 Jn 1, 38

12Hch 9, 4; 22, 7; 26, 14

13Cf. Conc. Ecum. Vat.II, Const. dogm. Lumen gentium, 14.

14Cf. ibíd., 7.

15Cf. San Agustín, Enarrat.In Psalmos, Ps 90, Sermo 2,1: CCSL 39, 1266; San Gregorio Magno, Moralia in Iob, Praefatio, 6, 14: PL 75, 525; Santo Tomás de Aquino, Summa Theologicae, III, q. 48, a. 2 ad 1.

16CDF Dominus Iesus, n. 16

17Juan Pablo II: Constitución Apostólica Bonus Pastor, n. 1

18Pablo VI: Enc. Mysterium fidei, n. 5

19Josemaría Escrivá: Es Cristo que pasa, n. 102

20Juan Pablo II: Homilía del Papa en la misa para el seminario mayor de Roma, 14.6.1998

 

21 STh III, q. 75, a. 5, in c.

22Jn 16, 13

23Mt 25, 29; Lc 19, 26

24Juan Pablo II: Enc. Redemptor hominis, n.

25Josemaría Escrivá: Camino, n. 555

26 San Agustín: Serm 272

27 Serm. 272. Cfr. Tillard J.M.R., Carne de la Iglesia, Carne de Cristo. En las fuentes de la eclesiología de comunión, Salamanca (Sígueme) 1994, pp. 51 y ss.; Solano J., Textos Eucarísticos primitivos II, Madrid (BAC) 1979, pp. 204-207; 209-212. Esta misma idea queda muy bien resumida en el Sermón Guelferbytanus, n. 7: «Quod accipitis vos estis, gratia qua redempti estis» («vosotros mismos sois lo que recibís, por la gracia con que habéis sido redimidos»; cfr. San León M., Serm. 63, 7 PL 54, 357D, citado en L.G., n. 26.

 

28 Lc 17, 21

29cf. Jn 14, 8-9

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Del libro de las Confesiones de san Agustín, obispo (Libro 10, 26, 37-29, 40: CSEL 33, 255-256)

[2] San Agustín: Confesiones, liber III, caput 6

[3] Beato Josemaría Escrivá: Forja, n. 84

[4] Antonio Orozco Delclós:  Dios no es «el otro», en www.encuentra.com 18. 03.02.
 

 

[5] cf. Oración sobre las ofrendas en la Misa de Navidad (medianoche); Prefacio de Navidad III.

[6] Cf. CDF: Carta a los Obispos sobre la oración cristiana,

[7] W. Kasper:  Jesús el Cristo.  Ed.Sigueme, Salamanca 1998, p308)

 

 

[8] Símbolo niceno-constantinopolitano

[9] Santo Tomás habla siempre de la Humanidad de Cristo como instrumentum coniunctum Verbi.

[10] CDF: Declaración Dominus Iesus, nn. 10 y 11.

 

[11] Jn 1, 38

[12] Hch 9, 4; 22, 7; 26, 14

[13]Cf. Conc. Ecum. Vat.II, Const. dogm. Lumen gentium, 14.

[14]Cf. ibíd., 7.

[15]Cf. San Agustín, Enarrat.In Psalmos, Ps 90, Sermo 2,1: CCSL 39, 1266; San Gregorio Magno, Moralia in Iob, Praefatio, 6, 14: PL 75, 525; Santo Tomás de Aquino, Summa Theologicae, III, q. 48, a. 2 ad 1.

[16] CDF Dominus Iesus, n. 16

[17] Juan Pablo II: Constitución Apostólica Bonus Pastor, n. 1

[18] Pablo VI: Enc. Mysterium fidei, n. 5

[19] Josemaría Escrivá: Es Cristo que pasa, n. 102

[20] Juan Pablo II: Homilía del Papa en la misa para el seminario mayor de Roma, 14.6.1998

 

[21] STh III, q. 75, a. 5, in c.

[22] Jn 16, 13

[23] Mt 25, 29; Lc 19, 26

[24] Juan Pablo II: Enc. Redemptor hominis, n.

[25] Josemaría Escrivá: Camino, n. 555

[26]  San Agustín: Serm 272

[27] Serm. 272. Cfr. Tillard J.M.R., Carne de la Iglesia, Carne de Cristo. En las fuentes de la eclesiología de comunión, Salamanca (Sígueme) 1994, pp. 51 y ss.; Solano J., Textos Eucarísticos primitivos II, Madrid (BAC) 1979, pp. 204-207; 209-212. Esta misma idea queda muy bien resumida en el Sermón Guelferbytanus, n. 7: «Quod accipitis vos estis, gratia qua redempti estis» («vosotros mismos sois lo que recibís, por la gracia con que habéis sido redimidos»; cfr. San León M., Serm. 63, 7 PL 54, 357D, citado en L.G., n. 26.

 

[28] Lc 17, 21

[29] cf. Jn 14, 8-9